Donde no hay Paz ni Justicia, no está Dios

El Cristiano no puede vivir en dicotomía entre la dimensión interior (espiritualidad) y la dimensión social del contexto en el cual se desenvuelve.

Ha habido una “influencia griega” de separación “del mundo” de las cosas de Dios.
Esta proviene del evangelio de San Juan y también de la frase de Jesús sobre “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

A través de los siglos, no obstante, lo que señala Mateo en su capitulo 25 de tuve hambre… tuve sed… nos indica que la salvación está en relación directa en nuestra acción de entrega y servicio a los demás.
No es posible “aislarse” de este mundo sino que nos tenemos que mojar las manos en el río de la vida, tenemos que arar con nuestros pies la tierra de nuestra realidad sembrando justicia, comprensión, equidad, equilibrio y sobre todo Paz.
Esto necesariamente nos lleva a comprometernos con nuestra sociedad, nuestro país buscando que haya calidad de vida para que se viva en justicia y equidad.

La vida espiritual no es ni quietista, ni yoísta (encerrado en sí mismo). Esta visión es un abstraerse del mundo circundante que es donde Dios nos ha puesto, del cual somos parte integral. Me atrevo a decir que no hay crecimiento espiritual si no hay una asunción de las esperanzas y los dolores de este mundo. No como algo abstracto, fuera de mi, ejercicio mental, sino como algo real que me provoca salir de mi mismo (de mi caracola) dándome a los demás.
Toda meditación que no está encarnada, está descarnada y resulta más escape que vida en el espíritu.
Por ser bautizados hemos a sumidos ser otro Cristo y esto supone pasión, muerte y resurrección en el aquí y ahora de nuestro SER.

El Ser Cristiano inunda todo lo que somos a todas las dimensiones de nuestro ser personas y por lo tanto nada no es ajeno y por lo tanto nuestro vivir debe marcar la diferencia en todo lo que somos y hacemos a todas las dimensiones y niveles de nuestro vivir.
Tendemos a separar lo humano de lo divino como si dentro de nosotros tuviéramos “dos Personas conviviendo en uno mismo”.
Esto aparte de ser un absurdo, es la excusa más obvia que esgrimimos para justificar posturas, posiciones y acciones como si ser cristiano no fuera ser humano.

El gran pecado del cristiano es dejar que otros tomen la rienda de la sociedad, otros nos conduzcan a una sociedad donde se violenten los principios éticos, otros conduzcan al país a la bancarrota.
¡Otros provoquen corrupción, padrinajes, clientelismo, abuso de poder.
Por qué… eso lo hemos permitido los que nos creemos “libres de toda mancha y de todo pecado, los que consideramos que ocupamos de las cosas “del mundo” no es lo que Dios quiere.

La permisividad, el quedarnos impávidos callados y omitidos es dejar que el dominio del mal viene en nuestra sociedad y en nuestro pueblo.
No es cuestión de decir si es verdad y luego cruzarse los brazos y decir más… ¿Qué puedo hacer? Sino comenzar por involucrarnos para que aquí y ahora reine la justicia y la Paz.
Donde no hay Paz ni justicia allí no está Dios.

Rvdo. P. José Antonio Esquivel s.j.